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martes, 5 de junio de 2012

Disrupciones cotidianas

Venía caminando por 18 de Julio, acababa de salir del gimnasio con un cansancio de los infernales, pensando en cualquier cosa, en lo que dijo Juan esa mañana, en sus quejas repetidas, cuando algo inesperado superpuso otro lugar, conocido y lejano, al aquí y ahora, hasta disminuirlo a la categoría de mero telón de fondo. Lo rompió, lo modificó, no sabía por cuánto rato. Quise que durara. Me instaló, por ese instante al menos, un mundo de sensaciones que puedo asegurar, no estaban ahí un rato antes. Había cansancio, hastío, angustia porque era lunes y al otro día era martes, y tendría que madrugar para hacer la misma cosa de todos los santos días de los últimos quince años. Maldita oficina.

Fue un aroma. Entró por mi nariz, y de pronto dejé de ser la misma persona que era. Una continuidad se rompió, y no fue preciso dormir para eso. Cuando un día viene medio enrevesado, cuando me mando una tras otra y ya sé que será un día irremontable, decido ir a la cama temprano, y terminar con aquello. No será por epidemia de estupidez colectiva que se repite hasta el hastío y más, la evidentísima: “mañana será otro día”. Pero esta vez no fue el sueño. La ruptura la produjo un aroma.

La continuidad del día mantenía mi estado anímico de la mañana, que el gimnasio no pudo modificar. El hartazgo de escuchar siempre lo mismo. Juan no se deja de joder con la misma cantarola, una y otra vez. Otra y una. Y otra. ¿Dónde quedó el famoso “yo soy lo que soy”? Siempre dispuesto a espetarme en las narices mi escasa afectividad. ¡Qué le importa cómo hablo! ¡Qué le importa que diga “esta mujer se va mañana a Paysandú a visitar a su hermana”!, en lugar de elegir los más “afectuosos”: “mi vieja” y “mi tía”. La libertad es libre, carajo. No, se las tiene que ingeniar para repetir lo que dije, transformado en pregunta y cambiando inocentemente alguna expresión por otra, como si quisiera constatar su buena comprensión de los referentes: “¿Tu mamá se va a ver a tu tía?”. Es parte de su estrategia. De su demanda soterrada. Se piensa que no lo sé. Pero no lo desenmascaro, le digo que sí, y sigo hablando de “esa mujer” y de “la hermana”, y después, de los cuentos de Poe que conseguí en una librería de viejos que frecuento a la salida del trabajo. El otro día le hablé con gran interés, una hora, casi sin parar, de unos cuentos de Bradbury que había consumido a la hora del almuerzo, cuando me escapé hasta la librería para ver si algo nuevo había entrado. Prefiero eso a las conversaciones sobre bebés y pañales en el comedor de la oficina, que dificultan la digestión. Y dan calambres. Esto también se lo cuento. No dice nada. Sólo un silencio incómodo, que ambos sostenemos.

De pronto, el mundo fresco –porque es setiembre y la primavera no se decide– de mi caminata y mis pensamientos fueron invadidos por un sentido que trajo otro, que a su vez trajo otro y así de a poco pero de a mucho, estaba recordando con los sentidos una vivencia que no sabría precisar, que aflora de las profundidades de la memoria y se compone sólo de sensaciones. Como un caleidoscopio. La escribo para demorarla, para traerla de vuelta, para hacerla presente otro rato más. Que no se vaya. Un poco de olores, otro poco de sensaciones táctiles, como de brisa cálida sobre la piel desnuda y traspirada, algo de sabor, como de un helado de chocolate y frutilla de los que comía en mi niñez, y una sensación de verano y nocturna, como cuando llegaba a casa después de haber estado jugando horas de horas en el patio del complejo habitacional donde vivía, con Andrea y Andrés, mis mejores amigos, y estaban mamá, papá y mi hermano mirando en la tele un partido de básquetbol mientras yo cenaba la comida fría porque me había demorado, y mamá me relajaba porque se había preocupado, que qué me creía, que esas no eran horas de llegar para alguien de mi corta edad. Pero se le pasaba enseguida. Y yo me lavaba en el bidet los pies todos sucios por haber estado jugando sin championes, con la ventanita del baño abierta, por la que entraba un perfume de dama de la noche plantada por un vecino, que me hipnotizaba, mientras escuchaba la melodía de la voz del relator de básquetbol y del comentarista e imaginaba a todos sentados en torno al televisor, y comiendo helado, y yo ya iba.

Fue un perfume, casi podría jurarlo. Como una caricia, que desempolvó un mundo conocido y fragmentario y me lo instaló en el presente de la caminata. Pero el frío me golpeaba la cara, y adelgazaba el olor a verano que casi casi sentía con el recuerdo. Lo alucinaba, mientras el halo del perfume aún estimulaba mis narinas.

Pero no fue esa imagen de la niñez, esa del básquetbol y el verano y la comida fría y la dama de la noche y mis pies en el bidet y el cansancio enorme que tenía, como el de ahora, pero distinto, porque el de antes no era de hastío. Fue una mezcla de muchas sensaciones extraídas de momentos como ese. No afloró al colador de la conciencia una fotografía o un video precisos y delimitables. Fue más bien una serie de imágenes superpuestas, introducidas siempre por otras sensaciones que no eran visuales: olores, sonidos, tacto, colores y la sensación agradable que acompañaba a toda esa mezcla. ¿El placer sería producto o causa de esos recuerdos sensoriales que sucedieron al primero, al de la irrupción? No lo sé, pero me invade. Y quiero retenerlo un rato más. Por eso caminé las cuadras que me separaban de casa, memorizando lo vivenciado, para que no se terminara de diluir en la nueva continuidad del presente post perfume. Por eso lo escribo.

Y porque casi llegando, me encontré con Andrea, tantos años sin verla. Y le pregunté por su mamá y me preguntó por la mía, y le pregunté por Andrés, que según dijo, terminó siendo su marido y ahora ex marido, y la abracé y me abrazó. Y me dijo, ¡qué lindo estás! Y le dije ¡vos también! y mientras sentía un caballo desbocado palpitando dentro, imaginé todo el mundo de posibilidades, colores, aromas, texturas, sabores que podrían inundar mi presente en un nuevo caleidoscopio que ahora tenía nombre y podía precisar: Andrea. Y recordé por un instante a Juan y fantaseé mis primeras palabras tras recostarme en su diván: me encontré con Andrea. Mi Andrea.


Setiembre de 2011

6 comentarios:

  1. Muy bueno, lo tuve que leer 2 veces. Es a propósito?

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  2. Yo lo tuve que leer tres! confieso que en una primer lectura muy a la ligera pensé que eras vos, pero eras vos y no eras vos :) Muy bueno Ceci!

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  3. Lore, sí, soy, y no soy.
    Sí, es a propósito. Por lo menos la parte del equívoco con el género del "yo". Se me ocurrió en una clase de español en facultad. La parte del aroma me pasó a mí, "volvía por 18 de Julio..." de hacer pilates, cuando de pronto... ¡gracias totales por acompañarme en este espacio!

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  4. Me encanto como haces consciente esa sensacion multisensorial y dificil de conquistar de los recuerdos infantiles. Gracias!

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  5. qué bueno! no es tan fácil tirar estas botellas al mar, así que gracias, muchas, a ambas por devolverme la botella con nuevo papelito!

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